Cómo Compartir Tu Fe: 1ª Parte

Publicado el 15 de enero de 2025, 10:47

Vida cotidiana con intencionalidad evangelística

En nuestro primer artículo de esta serie sobre Evangelismo Cotidiano consideramos el por qué compartir nuestra fe. Ahora veamos cómo compartirla. Hoy te queremos invitar a dar en un solo clavo bien clavado, el de la intencionalidad. Solemos pensar en el evangelismo como un don escaso o como una actividad programada en nuestra parroquia, pero ahora queremos desafiarte a pensar en anunciar la fe más en términos de un ajuste en tu estilo de vida.

Todos nuestros días, seamos hombres de negocios, madres con niños pequeños o universitarios, se componen de una serie de actividades cotidianas que pasan, muchas veces, casi desapercibidas. Vamos a la panadería no porque sea la actividad más emocionante del día, sino porque toca traer a casa una barra de pan. Y como esta actividad se suman muchas más. Los primeros cristianos aprovechaban precisamente esos flujos de la vida para compartir su fe. Los comerciantes cristianos, valiéndose de la Pax Romana y la maravilla del sistema de caminos romanos, compraban y vendían sus mercancías, pero lo hacían con una intencionalidad de compartir su fe. En otras palabras, sazonaban su discurso con la sal del Evangelio de Jesús.

Si lo piensas un poco tiene mucha lógica. Si limitamos nuestro concepto de evangelismo a apuntarnos a la próxima actividad en el calendario de nuestra iglesia es un poco desmotivador, ¿no crees? Porque de entrada quizás no te sientes identificado con la estrategia de la actividad programada, o quizás porque lo ves poco adecuado para tu amigo que está abierto a escuchar acerca de la fe cristiana. En cambio, esta propuesta de darle intencionalidad anunciadora a tu vida cotidiana es mucho más flexible y permite adecuar el anuncio de la buena noticia a las personas que se encuentran en nuestros entornos.  

Un caso de estudio

Hace algunos meses estaba yo haciendo ejercicio en las máquinas de la sala de fitness de mi gimnasio. Al lado mío dos hombres alegaban sobre las razones por las que no creían en Dios. Y uno dijo: “Sí, cuando muramos nos meterán bajo tierra y allí se acaba todo”. No pude morderme la lengua. Respondí sin mirar a cualquiera de los dos: “Es así, de no ser que tuviera razón Jesús cuando dijo: ‘Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá’”. Todo hay que decirlo, se quedaron un poco estupefactos al principio, pero en seguida uno de ellos me dijo: ‘Ah, eres uno de esos’. He de decir que ninguno de los dos se ha hecho cristiano todavía, pero he podido tener conversaciones profundas de corazón a corazón con los dos. ¿Tengo yo el don de evangelista (Ef. 4:11)? No lo creo. Ahora bien, el evangelio entró en mi árbol genealógico porque alguien se atrevió a tener un discurso salado con la hermana de mi madre y su conversión transformó a toda una familia cristiana nominal en seguidores auténticos de Jesús. ¿A qué flujos en tu vida cotidiana podrías dar esta clase de intencionalidad hoy con la ayuda del Espíritu Santo?

Escrito por Rev. Stephen Phillips, Iglesia Buen Pastor Barcelona (IERE)

(De la serie: Evangelismo Cotidiano )

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